jueves, 7 de diciembre de 2006

Ernest H. Hemingway y las ‘crónicas de un viajero’

Publicado en Toronto es la cuenta de los ochenta y seis relatos publicados por Ernest Hemingway en The Toronto Dialy Star, desde el 10 de abril de 1920 hasta el 03 de noviembre de 1923, y The Toronto Star Weekly, desde el 24 de noviembre de 1923 hasta el 12 de enero de 1934), recopilados en la década del ochenta. En esta compilación de relatos, Hemingway recapitula hechos cuando estuvo como corresponsal y enviado a Europa para una serie de eventos importantes como la Conferencia Económica Internacional de Génova y la Conferencia de Paz de Lausana. La obra no saldría de lo común de la crónica sino fuera por la magistral forma de cómo Hemingway relató sus peripecias por el mundo. Pues utilizó recursos narrativos generalmente no aplicados en el periodismo de la época, como los diálogos ficticios, la narración desde un punto de vista particular, las figuras literarias para describir hechos y personajes, le dan al lector una vivencia más cercana de los hechos que se recrean en el libro.

lunes, 4 de diciembre de 2006

De historias, novelas y plumas: temas de los novo-periodisitas

El Nuevo Periodismo nos enfrenta a textos basados en acontecimientos reales, cubiertos por la prensa tradicional, que la sensibilidad del autor recrea y organiza en un texto coherente, autosuficiente, y con un interés estético, presentándolo en forma de ficción. En definitiva, textos que no sólo parecen literatura, sino que exigen una actitud lectora propia de una novela o un relato.

Así, el autor de novela de no-ficción se encuentra con un mundo ya creado, del que él mismo es parte, y sobre el que no tiene autoridad moral[1], pero sí un juicio o una crítica que dar, y los desarrollo en la temática de sus obras. Estos son algunos de los temas abordados por la autoría nuevo-periodística, en Estados Unidos con Tom Wolfe, Norman Mailer y Ernest H. Hemingway, en Italia con Oriana Fallici, y en nuestro país con Ciro Alegría, Guillermo Thorndike y José María Arguedas.

Tom Wolfe y el “ponche de letras onomatopéyicas y más”

Uno de los componentes más sobresalientes del Nuevo Periodismo y uno de sus pensadores. Su obra The Electric Kool-Aid Acid Test (1968) o Ponche de Ácido Lisérgico fue considerada una nueva orientación tanto para el periodismo de la época como para la literatura. Narra la historia del novelista Ken Kesey y su grupo de consumidores de LSD, los Merry Pranksters. En 1964, reconstruyeron un autobús escolar, instalaron un complejo equipo electrónico, y salieron hacia Nueva York para luego volver a California. Esta obra resulta imaginativa, barroca, psicodélica, veloz y crítica, e imposible de pasar por alto.

En la Hoguera de las Vanidades (1987), Wolfe regresa a la temática de los marginales y los ‘olvidados’ de su país, Las comunidades de afro americanos y de inmigrantes latinos (sobre todo puertorriqueños), además de irlandeses y judíos, son los personajes del “extremo olvidado” de Nueva York, donde reclaman los beneficios de aquél sistema del que forman parte esclavizada, al cual piden la oportunidad de ser acoplados y lograr una vida digna.


Norman Mailer y la “irremediable levedad de Estados Unidos”

Es otro autor muy conocido por sus novelas de ficción. Sus dos obras de no ficción novelada que más representativas resultan aquí son The Armies of the Night : History as a Novel, que le valió un premio Pulitzer en 1968, y The Executioner’s Song, premiada con otro Pulitzer en 1979.

En Los ejércitos de Noche: la historia como novela, Mailer relata la marcha hacia el Pentágono de un colectivo en contra de la guerra de Vietnam. Es una parodia hacia lo épico en donde un supuesto héroe, él mismo, descalifica la hazaña. Resulta iluminador el subtítulo del texto, mencionando la novela y también la historia, pues la historia que se narra en la novela partió de un hecho real, del cual, incluso el propio autor fue protagonista.

Aunque no desarrollada en clase, La Canción del Verdugo es menos interpretativa y más mimética que la primera, y no le tiene por protagonista a él sino a Gary Gilmore, condenado a muerte por asesinato. Es una historia profunda y coral, de multiplicidad de voces, ofrecida a través de la conciencia de las personas implicadas, entrevistas, documentos, y cartas. El hilo que hilvana la cantidad ingente de material con el que se encontró el autor fue el romance entre el condenado y su novia.

Otro de los temas latentes en la producción de Mailer es la crítica ácida e irónica que hace a la sociedad estadounidense, claramente identificada en Los hombre duros no bailan (1983), que explora los pliegues más secretos del macho norteamericano roto ante la tentación del machismo y de la homosexualidad. El héroe busca desesperadamente una virilidad que se le escapa, intentando extirpar su homosexualidad latente con una escalada demencial acaba derribado, llorando y totalmente borracho. Un cuadro cómico y hasta conmovedor de la imagen de la sociedad norteamericana, machista y chauvinista , carente de juicios racionales cuyo único argumento es la violencia y la virtual fuerza.

Igualmente, pero en un tono más existencial y humano, critica las formas de vida en Hollywood y el irremediable precio de la ‘fama’, en El Parque de los ciervos (1955), una historia que no es ajena a la realidad de EEUU, mas bien es el reflejo de una sociedad mercantilista en que todo tiene un precio, donde la propiedad es mucho más importante que el hombre y donde los hombres se creen dueños de los otros.

[1] Juan Cantavella, La novela sin ficción. Cuando el periodismo y la narrativa se dan la mano, 2002 en http://www.liceus.com/cgi-bin/aco/lit/02/115450.asp

jueves, 30 de noviembre de 2006

El Nuevo Periodismo: ¿literatura menor?

¿Hasta donde llega los límites de la creación periodística?, ¿creación es igual a ficción?, ¿qué es ser un novoperiodista?. Que la literatura y el periodismo se alimentan mutuamente no es novedad. Concretamente el género narrativo se asemeja al discurso periodístico en cuanto se reproducen mundos diversos con insumos de la realidad. Un mundo ‘creado’ donde las personas se convierten en personajes, el contexto en atmósfera y el acontecimiento en escena[1].

También es cierto que literatura y periodismo siempre mantuvieron distancias, pues donde se asomaba la literatura -decían los manuales de periodismo- se filtraban grandes dosis de subjetividad, un pecado capital para el periodismo tradicional, que por décadas le rindió y le sigue rindiendo culto a la objetividad.

Hablar de Nuevo Periodismo es hablar de esto último, mas aún cuando rozamos el concepto de creación (vinculado directamente a la ficción) surge entonces un problema: ¿existe un periodismo totalmente “objetivo”?, y completando la interrogante inicial de este ensayo: si hay límites en la creación periodística, ¿cuáles son esos límites?.

Desde que Truman Capote escribiera A Sangre Fría (In Cold Blood- 1965), que rasgaba las fronteras de la ficción, entre el reportaje y la novela, en Estados Unidos se gestaba un movimiento de revolución de la narrativa periodística, cuyos trabajos se valían de los recursos narrativos que tradicionalmente le perteneció a la literatura de ficción para representar la realidad desde un punto de vista novedoso: la no-ficción. Que era la capacidad de reconstruir un hecho noticioso, aparecido entre las columnas de policiales -o las que sean- del diario y desarrollarlas en una gran novela que traspasaba muy de lejos al gran reportaje, pues utilizaba los recursos de la ficción para dar a conocer el ‘caso real’ como si se tratase de una novela.

Así, basados en hechos reales y noticiosos, con temas cotidianos al lector común, los nuevo-periodistas crean un material de ficción con material auténtico. Mientras la creatividad del escritor consistía en inventar, la del periodista no producía nada original, mas bien la representaba a través de su vivencia directa con el hecho, su finalidad era que la obra trascienda la temporalidad, e incluso la espacialidad, intrínseca a la noticia.

Esta revolución y nueva forma de redacción periodística se dio en los Estados Unidos de la década del sesenta, y así lo ratifica Tom Wolfe, uno de los grandes del nuevo periodismo, que tiene un libro con el mismo nombre: Nuevo Periodismo (1975) o New Journalism (el título en inglés). Los medios de comunicación por esos años eran incapaces de transmitir con profundidad y conciencia acontecimientos, como el asesinato de Jonh y Robert Kennedy, paseos espaciales, la guerra de Vietnam, disturbios raciales y la cultura underground, raíz de la prensa underground[2], primera etapa del Nuevo Periodismo.

Era la prensa ‘subterránea’ (traducción de underground en español), la que atendía las necesidades de los marginados del sistema que la prensa convencional ignoraba. Es así que los periodistas se convierten en actores sociales que participaban de los mismos hechos que narraban –de ahí lo verídico de las historias- se involucraban en las profundidades de los mundos y se vinculaban con los personajes que daban vida a sus textos.

Por otro lado, la apariencia de objetividad y la fe en las fuentes oficiales tampoco contribuían a darle a la nueva realidad el vuelco que necesitaba. Wolfe en su libro hace referencia a la realidad "asfixiante" del reportero castrado por la "objetividad" de lo noticioso, suprimido en su creatividad por la técnica rígido convencional, aniquilado estilísticamente por los manuales de redacción y estilo de las empresas periodísticas. Pero el problema no radica solamente en la libertad de expresión pues se plantea una interrogante casi personal que atañe a la sensibilidad del propio periodista y a su realización en le práctica cotidiana.

Como menciona José Luis Dader -que poco tiene que ver con el nuevo periodismo (desde una perspectiva de creación narrativa) mas sí, del papel que desempeña el periodista en el espacio público- los esquemas tradicionales de producción y redacción de información han reducido la práctica periodística en una sumisión y alienación grotesca.

Más allá de un problema técnico, Wolfe se pregunto ¿qué es el periodista? ¿Un ser inferior al novelista, al literato, al artista creador?. Los literatos menores nos llaman a los periodistas, y en el nuevo periodismo no hay nada nuevo, eso también lo reconoce Wolfe: "El nuevo periodismo tiene la edad de la "literatura social" y consagrados creadores como Balzac y Zola”. Pues claro, Honoré de Balzac fue periodista, y llamaba al periodismo “la plaga de este siglo”. Se refería al siglo XIX, pero las cosas no han cambiado tanto.

El periodismo moderno, aunado en el fast thinking, o el pensamiento rápido, se hunde en la mediación vaga y fragmentada de la realidad, con poca profundad a la hora de abordar la noticia, considerando más al hecho, el ¿qué?, en mayor rango que el sujeto, el ¿quién?. Los nuevo periodistas rescatan a las personas y sus vivencias, hacen de lo cotidiano lo existencial, y le encuentran el revés al ‘hecho noticioso’.

El Nuevo Periodismo no sólo nos pone frente a un problema estético de la narrativa, quedarnos en la ‘forma’sería frívolo, mas bien plantea una nueva forma de encarar la realidad. Radica en la sensibilidad del periodista y la representación meditada de su entorno. Esto último hace la diferencia entre el periodista itinerante y el periodismo literato, por así llamarlo.

[1] Véase Manuel González de la Aleja. El "Nuevo Periodismo" norteamericano, 1990. Citado en Las letras del Nuevo Periodismo de Maricarmen Fernández Chapou
[2] Tom Wolfe, El Nuevo Periodismo, Anagrama, Barcelona, 1975.